Giovanni Papini
Todos creen-añadió- que yo me atengo al carácter científico de mi obra y que mi objetivo principal es la curación de las enfermedades mentales. Es una enorme equivocación que dura desde años y que no he conseguido disipar. Yo soy un hombre de ciencia por necesidad, no por vocación. Mi verdadera naturaleza es de artista. Mi héroe ha sido siempre, desde mi niñez, Goethe.
Literato por instinto y médico por la fuerza, concebí la idea de transformar una rama de la medicina-la psiquiatría-en la literatura. Fui y soy poeta y novelista bajo la figura de hombre de ciencia. El Psicoanálisis no es otra cosa que la transformación de una vocación literaria en términos de psicología y de patología.
El primer impulso para el descubrimiento de mi método nace, como era natural, de mi amado Goethe. Usted sabe que escribió el Werther para librarse del incubo morboso de un dolor: la literatura era para él catarsis. Y en que consiste mi método para la curación del histerismo sino hacérselo contar todo al paciente para liberarle de la obsesión no hice nada más que obligar a mis enfermos a obrar como Goethe. La confesión es liberación, esto es curación. Lo sabían desde hace siglo los católicos, pero Víctor Hugo me había enseñado que el poeta es también sacerdote y así osadamente al confesor. El primer paso estaba dado.
El Psicoanálisis había nacido no, como dicen, de las sugestiones de Breuer o de los atisbos de Schopenhauer y de Nietzche, sino de la transposición científica de las escuelas literarias amadas por mí.
Me explicare más claramente. El romanticismo, que, recogiendo las tradiciones de la poesía medieval, había proclamado la primacía de la pasión y reducido toda pasión al amor, me sugirió el concepto del sensualismo como centro de la vida humana. Bajo la influencia de las novelistas naturalistas, yo di del amor una interpretación menso sentimental y mística, peor al principio era aquel.
El naturalismo, y sobre todo Zola, me acostumbro a ver los lados más repugnantes peor más comunes y generales de la vida humana: la sensualidad y la avidez bajo la hipocresía de las bellas maneras: en suma, la bestia en el hombre. Y mis descubrimientos de los vergonzosos secretos que oculta el subconsciente no son nada más que una nueva prueba del despreocupado acto de acusación de Zola.
El simbolismo finalmente, me enseño dos cosas. El valor de los sueños, asimilados a la obra poética, y en lugar que ocupan el símbolo y la alusión al arte, esto es, en el sueño manifestado. Entonces fue cuando emprendí mi gran libro sobre la interpretación de los sueños, como reveladores del subconsciente, de ese mismo subconsciente que es la fuente de la inspiración. Aprendí de los simbolistas que todo poeta debe crear su lenguaje y yo he creado, de hecho, el vocabulario simbólico de los sueños, el idioma onírico.
Para completar el cuadro de mis fuentes literarias añadiré que los estudios clásicos-realizados por mí como el primero de la clase- me sugirieron los mitos de Edipo y de Narciso; me enseñaron, con Platón, que el estro, es decir el sugerir del inconsciente, es el fundamento de la vida espiritual y, finalmente, con Artemidoro, que toda fantasía nocturna tiene su recóndito significado.
Mis estudios sobre la vida cotidiana y sobre los movimientos del espíritu son verdadera y genuina literaria y en Tótem y Tabú me he ejercitado incluso en la novela histórica.
En el Psicoanálisis se encuentran y se compendian, expresadas en la jerga científica, las tres mayores escuelas literarias del siglo XIX: Heine, Zola y Mallarme se unen en mi, bajo el patronato de mi viejo Goethe. Nadie se ha dado cuenta de este misterio que está a la vista y no lo hubiera revelado a nadie si usted no hubiese la optima idea de regalarme una estatúa de Narciso.