SUBRAYANDO OBRAS LITERARIAS: EL PROCESO DEL ARTE / STANISLAS FUMET


EL CORAZON DEL ARTISTA /  Fragmentos.

Las bellezas de una obra cualquiera gustada por el artista-y con mayor razón las de una obra creada por su genio- le parecen ser el fondo admirable, a la vez que por largo tiempo ignorado, de su propia alma, tan divina como desconocida.

Porque desde hace varios siglos la aspiración de los artistas viene manifestándose bajo signos diametralmente opuestos a la de los obreros divinos de la Edad Media o de los primitivos de tantas diferentes razas, que estimaban, con razón, que la propia firma no constituía ni de lejos la clave de su obra.
Cuando la exaltación de las cosas santas no la hacen los santos, se corre el peligro de atentar contra la justicia y la majestad de la Iglesia.

Todo arte constituye un círculo hermético y replegado sobre su propia voluptuosidad, y si el artista, en cuanto tal, sufre en su obra de cualquier modo que fuese, siempre lo deberá a sus propias deficiencias respecto de la perfección ejemplar de su arte.

Y ¿Quién de nosotros no ha sido presa alguna vez de la convicción de que el cetro del arte es inasequible para nosotros, como lo fue para Lucifer aquel otro cetro que intenó alcanzar en el vacio de los espacios, no hallándolo-y eso sólo por breves instantes-nada más que en el corazón de los humanos?

¿Para qué, en efecto, esta manía de repetir lo que ya está visto u oído, esta copia infatigable de la naturaleza si en todo ello no viniese mezclado un secreto deseo de divinización?

Pero la razón del arte reside en fijar en el cañamazo de la sensación el ser que va transfundido en lo concreto, y cantar la circulación de la vida, interpretando simbólicamente por medio de formas unidas a un substratum material, las inteligencias admirables que de ella irradian. Todo este trabajo, que es lo propio del artista, puede quedar disimulado bajo el aspecto externo de la obra, porque no por el hecho de que un cuadro se contente con evocar ante el profano algún trozo conocido de la naturaleza habrá dejado de verse obligado, si ha sido obediente a la ordenes del arte, a someterse a aquellas leyes imperiosas, aunque frecuentemente oscuras para nuestras percepciones, que son las que lo rigen en su esencia.

La misión del poeta, en cambio, consiste en señalar el tiempo y trazar, como pueda, la línea de aquella inmensa peregrinación en cuyo término le esperan el tema y el modo de realizarlo que haya elegido. De Aquí que todo su trabajo ha de reducirse a vencer la negación material y despejar el camino –al modo como el santo se pone a libertar a la Paloma que gime dentro de su alma-para dar lugar a lo más perfecto.

Aquella, la dl genio, viene a ser en realidad algo así como un desarrollo del don de la invención, y tal procedencia es más que suficiente para explicar por allí el progreso aparente que se va observando en la obra de un artista a medida que consigue perfeccionar la técnica de su arte e intenta hacer más y más densa su trama.

En cuanto al artista, por muchas disposiciones que aportare, no serán sus méritos de hombre quienes logren determinar la calidad de su arte. Porque es claro que, sin aquellos dones latentes y gratuitos, ninguna voluntad, por esforzada que fuese, podrá aproximarse siquiera a la génesis del arte verdadero, ya que habrá siempre un paso, que el artista indotado no sabría jamás dar; el paso inicial de la felicidad  a la esencia de lo bello. Por lo que a sus meritos de hombre se refiere, volveremos a encontrarnos con ellos en otra parte.