TAINOS / FERNANDO MORBAN LAUCER



Con el nombre de Taíno se conoce al habitante que Cristóbal Colon encontró en la isla de Santo domingo el momento del Descubrimiento.

Los primeros Taínos habían arribado a la isla Hispaniola alrededor del 800 A.D.

Estos grupos, que constituyeron los aborígenes de la isla, procedían el tronco lingüístico Arauco-amazónico.

Los grupos que originaron a los Tainos vivían en inmensos territorios con abundantes y caudalosos ríos que le facilitaron a estos nómadas viajar a grandes distancias y esparcir su cultura.

Utilizaron los ríos amazonas, el Orinoco y otros para llegar hasta las costas caribeñas de Sur América en la Guayanas y Venezuela.


Estos grades viajeros pronto se transformaron en expertos navegantes del mar Caribe y con sus grandes canoas se lanzaron a l conquista y poblamiento de las pequeñas y grandes Antillas, dejando un legado cultual que ha perdurado hasta nuestros días.
Al describir de Colon a los aborígenes de la isla de santo domingo, dice lo siguiente: “Y todos los que vi eran todos mancebos que ningún vive de edad de más de 30 años. Muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras”.

“Los cabellos gruesos casi, como seda de cola de caballos, y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo, unos pocos detrás que largo, que jamás cortan.”

“De ellos se pintan de prieto y ellos son de color de los canarios, de los que fallan. Y ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos sólo los ojos, y de ellos la nariz”.

A los Tainos se les conocía también con el nombre de nitaínos y, según el Dr. Álvarez Chanca, taino quería decir bueno, en lengua arwaca. Pedro Martir de Anglería, dice que taino significaba noble.

A pesar de haber habitado en las Grandes Antillas, cuba, Puerto rico y Jamaica, el mayor desarrollo cultural del Tano tuvo la isla de Santo Domingo.

Las investigaciones etno-históricas y arqueológicas así lo demuestran, y las crónicas de los estudiosos de principio del descubrimiento ofrecen valiosísimos datos al respecto.
Los estudios acerca de la cultura taina en estos días aportan una serie de conocimientos de carácter social y espiritual de la vida de este grupo desaparecido en época muy temprana de la colonización.

Estas tribus precolombinas dejaron una cultura alfarera en la isla de Santo Domingo superior a las encontradas en otras islas. La ceramología taína, conocida con el nombre de chicoide, presenta una variación y tamaños en sus formas, y una textura y conocimiento bastante aceptables.

Su ornamentación artística esta realizada en base a incisiones geométricas y punteado, y las asas de las ollas esculpidas con representaciones de figuras de apariencia humana, animal y mitológica.

El taíno trajo hasta la isla de Santo Domingo sus costumbres y tradiciones ancestrales sur- americanas, pero al trascurrir el tiempo se produjeron ciertas variaciones, creadas por la necesidad ambiental y los contactos por la necesidad ambiental y los contactos con grupos anteriores habitantes de la isla, o por otros incursionistas procedentes de islas vecinas.

Surgen nuevos dioses, su mitología experimenta modificaciones, sus artefactos líticos y cerámicos se transforman produciéndose una nueva tipología en ellos.

Con los recursos de nuevos materiales de origen marino o terrestre elaboran preciosos idolillos, amuletos, refinadas espátulas vómicas, adornos corporales y toda una parafernalia para la realización de sus ritos mágico-religiosos y funerarios. Utilizan las plazas ceremoniales para el juego de la pelota y los bailes religiosos del areíto.
Tallan asientos en madera con enigmáticos dibujos, conocidos con el nombre de duhos. En los duhos se sentaban los caciques durante la ceremonia religiosa conocida con el nombre de cohoba.

Confeccionaban también grandes cemies en madera o rocas de forma antropomorfa con un plato en la aveza donde se colocaba un sahumerio hecho con plantas alucinógenas para ser inhalado su humo por la nariz, usando las llamadas pipas nasales o inhaladores, confeccionadas de huesos largos de aves, de costillas de manatí, o cánulas de origen vegetal.

De su arte rupestre, en las cavernas de la isla  el artista precolombino dejo plasmadas escenas pictóricas del rito de la cohoba, donde se observan aves marinas que simbolizan el espíritu de los dioses que volaran al cielo infinito a juntarse con sus antepasados.

Para su ritos religiosos, el ceramista taino elaborado receptáculos en diversas formas y tamaños, con variados motivos artísticos, conocidos con el nombre de vasos-efigie, donde el artista tallo con realismo patético, símbolos geométricos o abstractos o figuras humanas semejantes a esculturas denotando un visible simbolismo sexual, donde tal vez aparecen las representaciones de los órganos sexuales masculinos o femeninos, la presencia de senos o del estado de preñez, como culto a la fecundidad.

En otros casos, en estos vasos-efigie se pueden observar tallas antropomorfas con deformaciones causadas por enfermedades las cuales observo el artista en seres humanos.
La presencia de la fauna zoomorfa en estos recipientes esta relacionada con la religión, la magia y la mitología.

También la presencia de majadores ceremoniales con artísticas figuras antropomorfas y zoomorfas variadísimas, tallados en diferentes rocas, es patente en la cultura taina.

Las ellas hachas enmangadas ceremoniales líticas pertenecen al cacique y son valiosísimas obras de arte elaboradas por estos grupos étnicos.

Ellos eran recolectores de frutos y raíces silvestres usados en su dieta, como también se dedicaban a la caza de aves, a la pesca, a la captura de moluscos marinos y terrestres, crustáceos, tortugas, hutías, iguanas y otros reptiles que constituían su dieta principal.

De la cultura taina queda la nostalgia de una raza extinguida, su dulce presencia en la artesanía y el colorido trazo en cuevas donde el aborigen dibujo figuras humanas y animales que el tiempo conservaría como otro de sus testimonios de vocación y espíritu artísticos.

DOMINICANA. Sensaciones y colores de la República Dominicana. Fotografo. Gianfranco Lanzetti. Amber Publishing House. 1995. Cortesía de Solange Pereyra