MANERAS DE COMER / JULIO CAMBA


MANERAS DE COMER / JULIO CAMBA

En el tratado de Civilidad, de Erasmo -edición de 1530-, hay una máxima que no dejaría de tener cierto éxito si yo pudiera incluirla entre mis normas del perfecto invitado. En vez de chuparse los dedos o limpiárselos en la ropa después de comer- dice Erasmo-, será más honesto secarlos con el mantel o la servilleta. Lo único gracioso de esta máxima, sin embargo, es la seriedad  con que esta escritora, porque, a pesar de sus relaciones con princioes y magnates, Erasmo no concia el tenedor. Había, si, en Europa desde el siglo XV unos tenedorcitos con mango de cristal, ágata o marfil, y púas -solo dos- de oro o de plata; pero estos juguetes femeninos no se usaban más que para la fruta. El último culi chino ponía ya una práctica milenaria en el manejo de sus palitoques y nuestros reyes continuaban aun comiendo con los dedos. Una especie de maitre de hotel les trinchaba los asados con un cuchillo de caza, y, como gentilhombre de boca que era, podía apropincuarse alguna tajada de cuando en cuando. En Francia a este noble funcionario se le denominaba ecuyer. En España le llamaban trinchante.

La primera corte que uso el tenedor fue la de enrique III, duque de Anjou, y un panfletista anónimo nos la describe con este título, donde se refleja el concepto que, tres siglos atrás, podían merecerle a un hombre honrado las personas que no comían con los dedos: “ descripción de la isla de los hermafroditas…” Posteriormente, Luis XIV abolió el tenedor de su casa, y hasta bien entrado el siglo XVIII no se vio el curioso instrumento en manos de la burguesía francesa.

Pero no se  rea por esto que el tenedor nació en Francis. Según parece, su inventor fue un italiano, cosa extraña, evidentemente, si se considera lo difícil que es comer spagetti, macarrones o tallarines con un utensilio semejante.

Al principio como digo el tenedor solo tenía dos púas. Luego, el siglo XVIII lo hizo tridente, y ya no se cuando alcanzo la categoría de cuadridigito. Por cierto que, últimamente, han surgido en  nuestras mesas unos tenedores palmípedos, con los dedos unidos e casi toda su extensión por una membrana de metal, y que, si a primera vista parecen tenedores disfrazados de cucharas. Producto hibrido y carnavalesco, este aparato constituye la última evolución del tenedor, y en Inglaterra esta obteniendo un éxito loco.

Yo he vivido en un boarding house ingles donde, todas las noches, tenía que ponerme el smoking para mayor gloria de un roast-beef de frigorífico, que, escrupulosamente laminado, nos servía la patrona. Una lamina delgada y transparente de roast beef, una patata cocida en agua pura y una cucharada de coles al natural: esta era la porción de cada huésped. En España, para tomar una cena asi, no es costumbre ponerse ninguna vestidura especial, sino todo lo contrario. Frecuentemente, el militar se desoja de su guerrera, el cura de su sotana y el civil o seglar  de su chaqueta y comen todos juntos en mangas de camisa; pero cada país tiene sus tradiciones. En el boarding house donde yo vivía, la cena solo se diferenciaba del almuerzo por la ropa que adoptábamos para tomarla. Como la señora de la casa no variaba nunca nuestros platos, nos hacia variar nuestros trajes, y la monotonía culinaria del establecimiento se compensaba asi con su diversidad vestimentaria.

Los ingleses son los hombres que comen con mayor disimulo. Comen fingiendo que no comen, y  esto consiste su famosa elegancia de comensales. La comida les da vergüenza, no tan solo por lo mala que es generalmente, sino porque todavía no han logrado ver en ella más que el medio de satisfacer una necesidad elemental. Yo recordare siempre la observación de una señora inglesa que, viéndome comer un día con cierta delectación, me dijo:

-Mister Camba: come usted de una manera verdaderamente impúdica…

Dese luego el acto de comer exige un cierto pudor, pero no hay que exagerara las cosas. No está bien meter los ojos ni las narices en el plato, pero menos aun lo está el desviar el olfato o apretar la vista de unos manjares apetecibles. No debemos manejar el tenedor y el cuchillo como unas pinzas para aprehender la comida sin riesgo de contaminarnos. La asepsia británica, y recomendable para las clínicas, no pasa en la mesa de ser una caricatura del asco.


SUBRAYANDO OBRAS LITERARIAS. LA CASA DEL LUCULO O EL ARTE DE COMER. Pág. 100. Colección AUSTRAL. 6ta Edición 1961.