Por Marcial Báez
Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes solo veía en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo. Haya paz… amo mi cuerpo. (Pág. 9).
Pero de todos modos he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. (Pág. 10).
Comer un fruto significa hacer entrar en nuestro Ser un hermoso objeto viviente,, extraño, nutrido y favorecido como nosotros por la tierra; significa consumar un sacrificio en el cual optamos por nosotros frente a las cosas. Jamás mordí miga de pan de los cuarteles sin maravillarme de que ese amasijo pesado y grosero pudiera transformarse en sangre, en calor, acaso en valentía. (Pág. 13).
El verdadero lugar del nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado las escuelas. (Pág. 34).
… no estoy seguro de que el descubrimiento del amor sea por fuerza más delicioso que el de la poesía. (Pág. 35).
Siempre agradecer a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Ame esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. (Pág. 35)
… busqué la libertad más que el poder, y el poder tan solo porque en parte favorecía la libertad. No me interesaba una filosofía de la libertad humana (todos los que la intentan me hastían) sino una técnica; quería hallar la charnela donde nuestra voluntad se articula con el destino, donde la disciplina secunda a la naturaleza en vez de frenarla. (Pág. 41).
Tan pronto un objeto me repugnaba, lo convertía en tema de estudio, forzándome hábilmente a extraer de él un motivo de alegría. (Pág. 42).
Un bello rostro me con quisto. Me enamore de un jovencito que también había llamado la atención del emperador. La aventura era peligrosa y la saboreé tal. (Pág.48).
La moral es una convención privada; la decencia, una cuestión publica; toda licencia demasiado visible me ha hecho siempre el efecto de una ostentación de mala ley. (Pág.91).
En vida siempre hay alguien pronto a reprocharnos nuestras debilidades. (Pág. 93).
La fortuna de un muerto esta ala abrigo de los reveses; hasta sus derrotas adquieren un esplendor de victoria. (Pág. 93).
Tengo que confesar que creo poco en las leyes. Si son demasiado duras, se las transgrede con razón. Si son demasiado complicadas, el ingenio humano encuentra fácilmente el modo de deslizarse entre las mallas de esa red tan frágil. El respeto a las leyes antiguas corresponde a lo que de la piedad humana tiene de más hondo; también sirve de almohada a la inercia de los jueces. Las más remotas participan del salvajismo que se esforzaban por corregir; las mas venerables siguen siendo un producto de la fuerza, la mayoría de nuestras leyes penales solo alcanzan por suerte quizá, a una mínima parte de los culpables; nuestras leyes civiles no serán nunca lo suficientemente flexibles para adaptarse a la inmensa y fluida variedad de laos hechos. Cambian menos rápidamente que las costumbres; peligrosas cuando puedan a la zaga de estas, lo son aún más cuando pretenden precederlas. Toda ley demasiado transgredida es mala. (Pág. 96).
Casi todos los hombres se parecen a ese esclavo; viven demasiado sometidos, y sus largos periodos de embotamiento se ven interrumpidos por sublevaciones tan brutales como inútiles. (Pág. 97).
Pero Epicteto renunciaba a demasiadas cosas, y yo no había tardado en darme cuenta de que nada era tan peligrosamente fácil como renunciar. (Pág. 120).
Por aquel entonces empecé a sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y los animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos, que sacrificaba el sueño a cada revolución de los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la cálida presencia del amor. (Pág. 121).
… me ofrece un don necesario para morir en paz, me devuelve una imagen de mi vida tal como yo hubiera querido que fuese. Arriano sabe que lo que verdaderamente cuenta es lo que no figurará en las biografías oficiales, lo que no se inscribe en las tumbas, sabe también que el transcurso del tiempo no hace sino agregar un vértigo más a la desdicha. (Pág. 222)
Está sobrentendido que un emperador solo se suicida si se ve obligado por razones de Estado. (Pág.223)
Sudamericana Planeta. Printer Colombiana Ltda. Primera impresión colombiana 1984. 273 págs.