Agustín Perozo Barinas
Varias articulistas han denunciado, con mérito, que los partidos no son ya escuelas de formación política para crear liderazgos orientados hacia el adecentamiento de la actividad política como herramienta para procurar el bien común.
Cuando leemos obras como ‘Las 48 leyes del Poder’ de Robert Greene y Joost Elffers, ‘El Arte de la Guerra’ de Sun Tzu, ‘El Príncipe’ de Nicolás Maquiavelo, y otras prendas afines, y comparamos sus proposiciones con el comportamiento y forma de pensar de nuestros políticos, la conclusión es clara.
Nuestro patricio Juan Pablo Duarte nos legó que: "La política no es una especulación; es una Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles".
El liderazgo de nuestros partidos tradicionales promueve la nefasta nueva escuela anti duartiana con frases como: “Duarte murió fracasado en el exilio, quebrado y enfermo”. Pero resulta que, de la voluntad de ese titán inmortal que “murió en el exilio, quebrado y enfermo”, nació República Dominicana.
La nueva escuela nos enseña que el traidor general Pedro Santana (cuyos restos descansan, como aberración histórica, en el Panteón Nacional) fue quien materializó nuestra independencia con las armas pero..., para eventualmente anexar la República al reino español, imperio quebrado entonces; y quebrado al presente, nueva vez.
Como desde esta nueva escuela se le ‘tira con duro’ a las enseñanzas duartianas, recordé un librito que guardo del general Augusto Pinochet Ugarte titulado ‘Política, Politiquería y Demagogia’, publicado en 1983, y extraje el siguiente párrafo:
“En la historia de nuestro país hay ejemplos de políticos de genuina probidad, que sacrificaron estoicamente todo interés personal en beneficio de los superiores intereses de la Patria. Sin embargo, su ejemplo no fue seguido por todos. Y se impuso una actitud que, al convertirse en el de la mayoría, transformó el trabajo noble del auténtico político en una actividad que pasó a ser sinónimo de pago de favores electorales, prebendas y beneficios personales. Desnaturalizada de ese modo, la política llegó a ser en la práctica más que nada politiquería y demagogia”. ¿Nos suena familiar entre nuestros políticos y votantes?
Los que no están como borregos acorralados y acondicionados tienen el argumento de la auditoría visual contra estos promotores de la nueva escuela, depredadores del erario. ¿Qué exhibían antes de que su partido fuera al poder? Pasados algunos años (de intenso trabajo) con su partido en el poder (PLD, PRD ó PRSC), ¿pueden justificar sus acumulaciones materiales ante criterios básicos de auditoría? Es preciso recordarles la máxima que reza: “Quien debilita a su Patria, la traiciona”.
La maldad puede ser atractiva y muy útil para dividir, desgastar y corromper todo lo que se interponga entre nuestros deseos y su consecución. El inconveniente con ella es que, tarde o temprano, se revierte hacia sus promotores. La historia lo confirma. Quienes juegan en sus manejos a ‘estar bien con Dios y con el diablo’ al mismo tiempo, terminan mal con los dos.
Hay trucos de cámara para retardar la insatisfacción de la gente con su bolsillo, entre otros tantos males sociales que enfrentamos día a día. Con reformas fiscales se succionan más recursos de la población, en cada giro, a cambio de pedacitos del pastel: Te saco 100, en retorno te devuelvo 1, y encima, debes agradecerme.
Si la democracia, acorralada por las condiciones creadas por las irresponsabilidades de nuestros politiqueros/demagogos, da paso a una agitada inestabilidad, lo que históricamente es posible, esos mismos son los primeros en emigrar. En esa condición de autoexilio, por cómoda que sea en el exterior, es muy probable que muten camaleónicamente a ‘duartianos de corazón’ para despotricar contra un régimen que ellos mismos condicionaron su ascenso al poder. Esa gente laboriosa, que “nunca vivió del cuento”, dedicaron toda una vida para prepararse, no para servir a su país, sino para servirse de éste y debilitarlo, en consecuencia.
Dos graves herencias son ya una cruda realidad, producto de esa nueva escuela de pensamiento político y su modelo económico: una deuda pública consolidada que perfila hacia los 30,000 millones de dólares (ésta engulle cada año sobre el 40% del Presupuesto Nacional) y una migración haitiana ilegal que no ha podido ser cuantificada, con informes creíbles, ni por la misma Dirección General de Migración. ¿Son logros que exhibir? Para los duartianos la siembra debe continuar sin doblegar su dignidad ante los gestores de estos excesos.
Los poderes fácticos, salvaguardia del sistema, no tienen amigos, sino intereses. El poder que encarnan, una composición de fuerzas en tensión, buscará otro equilibrio cuando sea insostenible lo imperante a pesar del manejo de percepciones y manipulaciones en el electorado. Mientras tanto, el péndulo aún se mueve a favor de los anti patria, los obstinados discípulos de las teorías señaladas al inicio de este artículo, quienes han perfeccionado dones para expoliar y acumular bienes con argucias en una carrera enfermiza por el control del Estado. Su individualismo oportunista conduce a la soledad del ser, como bebedizo de acción retardada.
La formación política del nuevo liderazgo nacional, del relevo generacional, debería poner énfasis en los principios duartianos. Juan Pablo Duarte no fue un perdedor. Logró su propósito, a pesar de las ingratitudes y maquinaciones en su contra. Si tenemos un gentilicio, que nos enorgullece como dominicanos y dominicanas, fue por la idea patria de ese ‘soñador’. Él predicó con el ejemplo y su proyecto triunfó. Nuestros partidos políticos deben formar un liderazgo con un apostolado como norte inspirado en la doctrina duartiana. Lo contrario sería apostar por más de lo mismo, si es que el daño no es irreversible, por la magnitud.