Efrén Avilés Valverde
No lo podía creer. Analicé el contexto en la búsqueda del error en mi inicial apreciación, o alguna trampa... y nada.
Cuando lo leí, inmediatamente pensé: No solamente que no podemos portar armas para defendernos de los malos, sino que ahora tenemos que facilitarles las cosas. ¿Leí bien?
El Presidente dijo: “Por favor, dejémonos asaltar; aunque nos dé indignación, más vale perder un celular que perder la vida” –parecen madurar especialistas en el Gobierno sobre el tema, porque me contaron que ya alguien está leyendo libros de seguridad, y recordé otra frase reciente: “primero muerto antes que perder la vida”, el 30 de septiembre creo que fue, pero esta sí no me acuerdo quién la dijo–.
Sí. “Dejémonos asaltar”… ¿Será que nos permiten por lo menos “sacarle la lengua” a los ladrones? (Me refiero a la mueca que hacíamos de chiquitos).
Me imagino que los “choros”, felices, esperan que todos sus potenciales clientes le hagamos caso a tan inteligente “recomendación”.
Lo grave, según mi modesta opinión, es que esta “recomendación” no la emitió mi vecino o Roberto –mi compañero de trabajo, que está en todas–; el caso es que la hizo quien representa a todos los ecuatorianos, y que no solamente lo escuchan los futuros “asaltados”, sino también –que es lo peligroso– los hampones (léase los hijos –ya adolescentes, bien papeados y alentados por ya saben quien– de la larga noche neoliberal).
La objetividad –pienso al escribir– puede perderse ante las balas, la corrupción y la miseria; pero ¿cómo no tomar posición y ser objetivo frente a quienes amenazan nuestra vida diariamente? Así que como aún disfruto la suerte de vivir en un país en el que se puede emitir una opinión –yo lo hago sin pensar mucho, porque no represento a nadie más que a mí–, por lo menos me doy el gusto de sentarme frente a mi computadora y hacer este ejercicio, quién sabe si el último con la ley mordaza ad portas, como homenaje a mis abuelos, Eleodoro y Pedro J., maestros del periodismo.
En estos tiempos revolucionarios lo único que aspiro –mientras dure este verde y amargo amanecer– es no aterrorizarme más leyendo en el periódico acerca de una asamblea que dispone de mis órganos; de una justicia que ni siquiera garantiza que los asesinos que ya fueron agarrados se queden en la cárcel; y de un presidente que me da “consejitos” y me recomienda ayudar a los ladrones que quieren robarse la plata de la comida de mis hijos –no la de él– cuando camino –yo sí– sin escoltas por la calle.
Se me vienen a la mente las palabras de Dmitri Nabokov en la Dedicatoria de El original de Laura, de la que transcribo parte: “Y a todos aquellos, sea cual fuere su condición, que en el ancho mundo van ofreciendo pareceres, comentarios y consejos, y que imaginaron que sus opiniones –a veces hábilmente expuestas– podrían cambiar de algún modo las mías...”.
Me decía un amigo que él se conforma con un próximo presidente que vista de terno, que copie lo que hacen los países a los que les va bien –como Venezuela dijo, pero creo que ahí me estaba vacilando–, y que piense antes de hablar. Yo, hasta entonces, me encomiendo a San Benito cada día, para regresar con vida a mi casa por las tardes, a ver a mi viejita y terminar de leer un pocotón de libros que me esperan
Cuando lo leí, inmediatamente pensé: No solamente que no podemos portar armas para defendernos de los malos, sino que ahora tenemos que facilitarles las cosas. ¿Leí bien?
El Presidente dijo: “Por favor, dejémonos asaltar; aunque nos dé indignación, más vale perder un celular que perder la vida” –parecen madurar especialistas en el Gobierno sobre el tema, porque me contaron que ya alguien está leyendo libros de seguridad, y recordé otra frase reciente: “primero muerto antes que perder la vida”, el 30 de septiembre creo que fue, pero esta sí no me acuerdo quién la dijo–.
Sí. “Dejémonos asaltar”… ¿Será que nos permiten por lo menos “sacarle la lengua” a los ladrones? (Me refiero a la mueca que hacíamos de chiquitos).
Me imagino que los “choros”, felices, esperan que todos sus potenciales clientes le hagamos caso a tan inteligente “recomendación”.
Lo grave, según mi modesta opinión, es que esta “recomendación” no la emitió mi vecino o Roberto –mi compañero de trabajo, que está en todas–; el caso es que la hizo quien representa a todos los ecuatorianos, y que no solamente lo escuchan los futuros “asaltados”, sino también –que es lo peligroso– los hampones (léase los hijos –ya adolescentes, bien papeados y alentados por ya saben quien– de la larga noche neoliberal).
La objetividad –pienso al escribir– puede perderse ante las balas, la corrupción y la miseria; pero ¿cómo no tomar posición y ser objetivo frente a quienes amenazan nuestra vida diariamente? Así que como aún disfruto la suerte de vivir en un país en el que se puede emitir una opinión –yo lo hago sin pensar mucho, porque no represento a nadie más que a mí–, por lo menos me doy el gusto de sentarme frente a mi computadora y hacer este ejercicio, quién sabe si el último con la ley mordaza ad portas, como homenaje a mis abuelos, Eleodoro y Pedro J., maestros del periodismo.
En estos tiempos revolucionarios lo único que aspiro –mientras dure este verde y amargo amanecer– es no aterrorizarme más leyendo en el periódico acerca de una asamblea que dispone de mis órganos; de una justicia que ni siquiera garantiza que los asesinos que ya fueron agarrados se queden en la cárcel; y de un presidente que me da “consejitos” y me recomienda ayudar a los ladrones que quieren robarse la plata de la comida de mis hijos –no la de él– cuando camino –yo sí– sin escoltas por la calle.
Se me vienen a la mente las palabras de Dmitri Nabokov en la Dedicatoria de El original de Laura, de la que transcribo parte: “Y a todos aquellos, sea cual fuere su condición, que en el ancho mundo van ofreciendo pareceres, comentarios y consejos, y que imaginaron que sus opiniones –a veces hábilmente expuestas– podrían cambiar de algún modo las mías...”.
Me decía un amigo que él se conforma con un próximo presidente que vista de terno, que copie lo que hacen los países a los que les va bien –como Venezuela dijo, pero creo que ahí me estaba vacilando–, y que piense antes de hablar. Yo, hasta entonces, me encomiendo a San Benito cada día, para regresar con vida a mi casa por las tardes, a ver a mi viejita y terminar de leer un pocotón de libros que me esperan
http://www.eluniverso.com/2011/01/20/1/1363/favor-dejemonos-asaltar.html?p=1354&m=2632