Francisco Febres Cordero
Tristísimo estoy. Y es que la decisión del excelentísimo señor Presidente de la República de suprimir de su programa sabatino el segmento La libertad de expresión ya es de todos, me ha dejado acongojado.
¿Quién le aconsejaría? Ah, ya sé, la inteligencia ha de haber sido. No pues la inteligencia propia de él, sino la inteligencia de sus asesores de inteligencia que son los que a las sublevaciones, con su inteligencia, después las convierten en golpe. Le han de haber dicho cuidado, señor Presidente, que los periodistas están cabriados por tanto que usted les insulta y planean hacer una asonada, secuestrarle y meterle en un cuarto con televisión para que usted vea, una tras otra, las cadenas del Gobierno, desde la primera hasta la última. ¡Qué tortura! ¡Pobre Presidente, encadenado a las cadenas! Y como la inteligencia ha de haber descubierto que el complot iba adelante, le ha de haber dicho stop que, en el lenguaje cifrado de la inteligencia, quiere decir pare.
Y el Presidente, asustadísimo, paró y suspendió el segmento.
¡Qué mal asesorado que está el excelentísimo señor Presidente de la República! ¡Qué desinteligenciado de inteligencia! No sabe que los periodistas estábamos felices con ese segmento y lo esperábamos con avidez para saber cuál mismo era el periodista enano que ni siquiera le llega a la cintura. Como a veces no decía el nombre, nosotros ya nos lo imaginábamos y decíamos, con toda razón, chuta, a ese mejor está de expulsarle del gremio porque nuestro oficio es de altas miras y por eso mismo podemos otear el horizonte desde arriba. Cómo sería que más que un título universitario íbamos a exigir 1,70 de estatura, por lo menos, para que los periodistas pudieran tener carné. Pero ahora, sin ese segmento, ¿cómo vamos a seguir midiendo a los periodistas? ¿Con qué vara? ¿Bajo qué parámetro?
¡Qué iras que me da! Gracias a ese segmento también podíamos conocer de manera inequívoca que lo que la prensa corrupta decía que era verdad, en realidad era mentira. Por ejemplo, cuando se anunció que el Ecuador estaba libre de analfabetismo y se cantó patria tierra alfabetisada de onor y de idaljía, en realidad, la patria no había estado alfabetizada y por eso la canción salió entonada con faltas de ortografía. Híjoles, pero eso no creo que dijo la prensa corrupta, sino el Gobierno. ¡Ya mice un lío!
Pero bueno, lo cierto es que los periodistas estábamos pendientes, cada sábado, de saber cuál mismo era el ignorante, el idiota, el imbécil, el bruto, el tipejo, el limitadito, el enfermo, el tonto, el miserable, el bocón, el buitre, el canalla, el charlatán, el cizañoso, el chismoso, el descarado, el envidioso, el falseta, el gallinazo, el hipócrita, el incompetente, el indigno, el inestable, el infantil, el inmoral, el irresponsable, el majadero, el mercenario, el mitómano, el payaso y el perverso, para reconocer que estábamos por el mal camino y ¡oh!, arrepentirnos y volvernos buenitos.
Pero ahora, con el entierro y la subsiguiente dolorosa sepultura de ese segmento ¿qué vamos a hacer? Hemos perdido para siempre, la orientación, el rumbo, la voz que nos orienta, la que nos guía. ¡Ya lloro!
¿Quién le aconsejaría? Ah, ya sé, la inteligencia ha de haber sido. No pues la inteligencia propia de él, sino la inteligencia de sus asesores de inteligencia que son los que a las sublevaciones, con su inteligencia, después las convierten en golpe. Le han de haber dicho cuidado, señor Presidente, que los periodistas están cabriados por tanto que usted les insulta y planean hacer una asonada, secuestrarle y meterle en un cuarto con televisión para que usted vea, una tras otra, las cadenas del Gobierno, desde la primera hasta la última. ¡Qué tortura! ¡Pobre Presidente, encadenado a las cadenas! Y como la inteligencia ha de haber descubierto que el complot iba adelante, le ha de haber dicho stop que, en el lenguaje cifrado de la inteligencia, quiere decir pare.
Y el Presidente, asustadísimo, paró y suspendió el segmento.
¡Qué mal asesorado que está el excelentísimo señor Presidente de la República! ¡Qué desinteligenciado de inteligencia! No sabe que los periodistas estábamos felices con ese segmento y lo esperábamos con avidez para saber cuál mismo era el periodista enano que ni siquiera le llega a la cintura. Como a veces no decía el nombre, nosotros ya nos lo imaginábamos y decíamos, con toda razón, chuta, a ese mejor está de expulsarle del gremio porque nuestro oficio es de altas miras y por eso mismo podemos otear el horizonte desde arriba. Cómo sería que más que un título universitario íbamos a exigir 1,70 de estatura, por lo menos, para que los periodistas pudieran tener carné. Pero ahora, sin ese segmento, ¿cómo vamos a seguir midiendo a los periodistas? ¿Con qué vara? ¿Bajo qué parámetro?
¡Qué iras que me da! Gracias a ese segmento también podíamos conocer de manera inequívoca que lo que la prensa corrupta decía que era verdad, en realidad era mentira. Por ejemplo, cuando se anunció que el Ecuador estaba libre de analfabetismo y se cantó patria tierra alfabetisada de onor y de idaljía, en realidad, la patria no había estado alfabetizada y por eso la canción salió entonada con faltas de ortografía. Híjoles, pero eso no creo que dijo la prensa corrupta, sino el Gobierno. ¡Ya mice un lío!
Pero bueno, lo cierto es que los periodistas estábamos pendientes, cada sábado, de saber cuál mismo era el ignorante, el idiota, el imbécil, el bruto, el tipejo, el limitadito, el enfermo, el tonto, el miserable, el bocón, el buitre, el canalla, el charlatán, el cizañoso, el chismoso, el descarado, el envidioso, el falseta, el gallinazo, el hipócrita, el incompetente, el indigno, el inestable, el infantil, el inmoral, el irresponsable, el majadero, el mercenario, el mitómano, el payaso y el perverso, para reconocer que estábamos por el mal camino y ¡oh!, arrepentirnos y volvernos buenitos.
Pero ahora, con el entierro y la subsiguiente dolorosa sepultura de ese segmento ¿qué vamos a hacer? Hemos perdido para siempre, la orientación, el rumbo, la voz que nos orienta, la que nos guía. ¡Ya lloro!