Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Durante un par de semanas, los ojos del mundo apuntaron a Latinoamérica. Las cámaras, los micrófonos, los comentaristas internacionales y el show mediático mundial estuvieron en Ecuador, Perú y Chile. Primero el levantamiento de la Policía en Ecuador con su sangriento desenlace. Luego el Nobel al peruano Mario Vargas Llosa. Y finalmente el exitoso rescate de los 33 mineros en Chile.
Las imágenes y mensajes que dejaron estas tres noticias en cabezas alrededor del mundo se podrían resumir así: Ecuador = inestabilidad y violencia. Perú = literatura y cultura. Chile = eficiencia y progreso.
Mientras rescataban a los mineros chilenos, empezó a multiplicarse en Twitter un juego. Consistía en imaginar y escribir lo que pasaría “si los mineros fueran ecuatorianos”.
“Si los mineros fueran ecuatorianos en vez de ayudarnos la NASA nos habría ayudado Pdvsa y la cápsula se llamaría Bolívar”, escribió alguien. “Ecuador TV sería la única cadena que transmite el rescate, de manera continua y obligatoria”. “Si los mineros fueran ecuatorianos los habría recibido Correa con la canción Patria Tierra Sagrada”, opinó otro. “Algún periodista de Gamatv diría ‘después de la larga noche neoliberal en la mina, ven la luz de la revolución ciudadana’”. “Si los mineros fueran ecuatorianos el presi diría ‘La mina ya es de todos’ y culparía a Lucio por el derrumbe”, comentó alguien. Y así, cientos más.
Más allá de las bromas del momento, la mayoría de frases nos hablaban de un país que desconfía de sí mismo. Un país acostumbrado a la desilusión, el engaño y el fracaso de sus supuestos líderes. Si en Chile el presidente Piñera equiparó la frase “hacerlo a la chilena” con hacerlo bien, con unidad y esperanza; “hacerlo a la ecuatoriana” significaría lo contrario.
Pero este sentido de orgullo y optimismo chileno no nace con el rescate de los mineros. Viene de mucho tiempo atrás. Es el resultado de un país que ha sabido vivir en democracia, en libertad, respetando su institucionalidad.
Ese sentido de orgullo no se logra repitiéndonos mil veces “Patria tierra sagrada”, eslóganes esperanzadores o frases patrioteras. De poco sirven esas canciones si no hay trabajo. Si nos roban o matan en la esquina. Si las instituciones son un chiste y el Gobierno hace con ellas lo que quiere. Si la confrontación y el insulto son la norma, y la unión y la colaboración una extraña excepción. Si la posición gubernamental se basa en atacar, desprestigiar, buscar culpables ante sus fracasos y seguir prometiendo un cambio en lugar de demostrar resultados.
Un escritor sonríe orgulloso mientras su país aplaude su éxito. Un minero abraza a su esposa mientras su país celebra. Un Presidente se abre la camisa y grita que lo maten, militares y policías disparan afuera de un hospital, un policía muere en la calle. Son las imágenes que dejaron nuestros países al mundo estas últimas semanas.
No podemos basar la situación de un país en un solo hecho, en un solo triunfo o fracaso. Pero en esta ocasión, estos sucesos parecerían revelar mucho de nuestra realidad. En el caso ecuatoriano, una triste y decepcionante realidad.
¿Lograremos algún día que “hacerlo a la ecuatoriana” cambie de sentido?