EL HOMBRE, LA PIEDRA, LA PLANTA Y EL ANIMAL




José Ortega y Gasset

La piedra, la planta, el animal cuando empiezan a ser son ya lo que pueden ser, el hombre, en cambio, cuando empieza a existir no trae prefijado o impuesto lo que va a ser, sino que, por el contrario, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a hacer dentro de un amplio horizonte de posibilidades. Le es dado, pues, el poder de elegir, pero no le es dado el poder no elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a resolverse a hacer esto o aquello, a poner la vida en algo determinado. De donde resulta que esa libertad para elegir, que es un privilegio en el universo de los seres, tiene a la vez el carácter de condenación y trágico destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante sí  mismo, cosa que no acontece con la piedra, la planta ni el animal que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad. Merced a esta condición resulta ser el hombre esa extraña criatura que va por el mundo llevando siempre dentro un reo y un juez, los cuales ambos son el mismo. De aquí que el acto más íntimo  y a la vez más sustanciosamente solemne de nuestra vida es aquél por el cual nos dedicamos a algo, y no es mero azar que no denominemos esa acción con el vocablo “dedicar”, que es un término religioso de la lengua latina. La dicatio o dedicatio era el acto solemne en que la ciudad, representada por sus magistrados, declaraba destinar un edificio al culto de un dios; por tanto, a hacerle sagrado o consagrado. Y, en efecto, decimos indiferentemente de alguien que se dedicó o consagró su vida a tal o cual oficio y ocupación. Noten como ha bastado rozar este punto de la condición humana para que fluyan por sí mismo a nuestros labios y oídos los vocablos más religiosos: dedicación, consagración, destino. Noten al propio tiempo como esos vocablos han perdido  en la lengua usual su resonancia patética, trascendente, y perpetúan, prolongan, ya trivializada, su existencia verbal. Esta coexistencia inmediata entre la trascendencia y la trivialidad va a sorprendernos una y otra vez al volver la esquina de todos los asuntos humanos.


“Una interpretación de la historia universal”. Obras completas. Madrid. 1983.