Infiltrados

Emilio Palacio
Enero 18 del 2007. El general Carlos Calahorrano, comandante general de la Policía, pide la disponibilidad a 18 generales que componen la cúpula de la institución por orden del presidente de la República, Rafael Correa.
Enero 24 del 2007. El general Mario Morán es el nuevo comandante de la Policía.
Enero 26 del 2007. El general Paco Terán es el nuevo comandante de la Policía.
Enero 27 del 2007. El general Bolívar Cisneros es el nuevo comandante de la Policía.
Abril 10 del 2008. El general Jaime Hurtado Vaca es el nuevo comandante de la Policía. Su antecesor se va por no haber informado adecuadamente al Presidente de la República sobre Franklin Aisalla, el ecuatoriano que murió en el bombardeo al campamento de las FARC. El Primer Mandatario también remueve al Director de Inteligencia y al Jefe de Estado Mayor.
Febrero 2 del 2009. El general Hurtado anuncia una reestructuración total ante las críticas del presidente Correa por la fuga del ex subsecretario de Gobierno José Chauvin, a quien luego el primer mandatario le pide perdón.
Febrero 9 del 2009. Correa ordena que disuelvan la Unidad de Investigaciones Especiales de la Policía (UIES) y remuevan a su cabeza, el mayor Manuel Silva.
Mayo 28 del 2009. El general Freddy Martínez Pilco es el nuevo comandante de la Policía.
Octubre 1 del 2010. Freddy Martínez renuncia y con él salen cuatro generales más. El general Fausto Patricio Franco es el nuevo comandante de la Policía.
Octubre 13 del 2010. Correa ordena que pasen a disponibilidad 13 oficiales de Policía.
Como se ve, en los últimos cuatro años el único que pudo “infiltrar” a la Policía es Rafael Correa, que en ese lapso descabezó a 23 generales de Policía y designó a 6 comandantes generales, uno cada siete meses. Ordenó además que disolvieran la Unidad de Inteligencia y que sus principales integrantes abandonaran la institución.
No le importó que mientras tanto el país se viese arrastrado a un remolino de secuestros, sicariato, mulas, delincuentes liberados, narcotráfico, mafias organizadas y vínculos de funcionarios públicos con el terrorismo. Tampoco le quitó el sueño que la institución, sometida a semejante manejo político, se empantanase y desacreditase ante la población. Más importante era asegurar el control del aparato policial, como parte del proyecto correísta de controlar todo el Estado.
Es mentira que Correa les haya subido sustancialmente los sueldos a los uniformados. En realidad, el que aprobó el incremento paulatino de todas las remuneraciones fue Lucio Gutiérrez, y el que le puso fecha fue Alfredo Palacio. Correa simplemente heredó la tarea de poner en práctica lo ya resuelto.
Pero a mediados de este año las arcas fiscales comenzaron a agotarse, y por eso, entre otras medidas de ajuste, Correa ordenó que a todos los uniformados los despojaran de buena parte de sus ingresos (bonos sobre todo). Como remate, delante de una tropa enfurecida que se sentía engañada, insinuó que eran cobardes (“atrévanse a matarme”) y traidores (“me han clavado un puñal por la espalda”), los dos mayores insultos con que se puede ofender a un uniformado.
Con esos antecedentes, ¿qué esperaba cuando se apareció por el Regimiento Quito Nº 1? ¿Una condecoración y un bono?